Cuando termino de comer las uvas al ritmo de las doce campanadas, la multitud concentrada en la Puerta del Sol estalla de júbilo: abrazos, brindis, matasuegras, gorritos, confeti,
Microrrelato
—Cuánto falta, mamá —es la enésima vez que lo pregunta. El sudor le empapa las pestañas; también alguna lágrima atrevida que se apresura a borrar con las manos. Le ajusto el dorsal. Resopla.
«¡Vamos, date prisa!», me apremia ella con la voz todavía jadeante. Me tiro de la cama, hago un gurruño con la ropa, busco el zapato que falta y corro hacia el armario.
Al pequeño Daniel no le gusta la Navidad. Si acaso las luces del árbol cuando parpadean, el turrón de chocolate y no tener que madrugar para ir al colegio.
Nada más levantarse llena un vaso con la leche recién sacada de la nevera, lo bebe de un trago y corre a limpiar todos los exabruptos, reproches e insultos que ha vomitado su marido durante la noche.
El sol se atusa los rayos todavía somnolientos que se reflejan en los adoquines desgastados de la Cuesta de Santo Domingo. Faltan tan solo unos minutos para que comience el encierro.