Siempre he sido un juez implacable y distante. Y cruel. Extremadamente cruel. Incluso antes de desperezarme y poner un pie en el suelo
Abogados
El panel de expertos discute acaloradamente. Hablan muy bajo. Mi mujer dice que es por temor a que podamos enterarnos de lo que dicen.
El pronunciamiento del juez fue claro: debía abandonar mi casa. Se la había donado a mis hijos para evitarles trámites burocráticos
A mamá le dieron una conciliación. Nos explicó que eso servía para poder ir más tarde al trabajo, cuidar mejor del hermanito que vive en el interior de su barriga y estar más tiempo juntos. Mi mamá es abogada y defiende a los buenos.
Me disponía a regar mi árbol del paraíso con agua recién exprimida de una nube cuando los pájaros dieron la voz de alarma. Lo dejé todo y salí volando.
Estaba a un paso de conseguir la fama cuando, en el penúltimo capítulo, el protagonista de mi novela prefirió preservar su intimidad y se largó a un molino de la España vaciada en busca de la tranquilidad que yo no le daba con mis disparatadas ideas, dijo.
«El futuro ha muerto». Es la noticia del día. Nuestro compromiso de cambio para promover su conservación no ha sido suficiente, olvidamos pasar a la acción, explican los eruditos. ¡Qué fastidio!