—Por favor, por favoorrr —grita alargando la última sílaba y los brazos para intentar retenerme. Y su voz suena con el dramatismo de una novela de Dostoyevski.
¡Es tan hermosa! La miro por última vez antes de alejarme de allí con pedaladas rápidas y los dientes apretados por la rabia y la frustración. Lo he intentado. Lo he intentado todo, de verdad. Y lo repito en alto una y otra vez, cada vez más fuerte, como el mantra de un exorcismo, para eliminar de mi cuerpo esta pegajosa culpabilidad. He buscado en Google, he navegado por Internet en modo incógnito, he probado con las tijeras de cocina, con una pala de pescado, y hasta le pregunté a mi padre, que siempre presume de que cuando era joven iba mucho a pescar al curricán, y tampoco supo darme una solución, aunque casi me da una colleja.
Es duro, lo sé, pero no he querido seguir engordando las esperanzas ni profundizar en las heridas para que no se infecten. Lo mejor es que asuma cuanto antes que las sirenas no pueden montar en bicicleta.
#historiasdebicis Zenda
Más microrrelatos