Regresó, armada de escoba y recogedor, con ganas de acabar rápidamente una faena tan desagradable.
Los cristales estaban esparcidos por toda la habitación. Recogió primero los trozos más grandes con sus manos desnudas. A pesar del cuidado que puso, una esquirla le produjo un corte en su dedo corazón y unas gotas de sangre echaron a perder el encaje de su vestido. Un grito se escapó entre sus dientes apretados; se sentó abatida en el suelo y, abrazada a sus piernas, empezó a llorar desconsoladamente. ¡¿Cómo no se había dado cuenta antes?!
El nuevo destino de su marido les había conducido a ese país tres años atrás. El ama de llaves de la casa, a la que todos llamaban Cenicienta, empezó a trabajar en ella cuando tan solo era una niña y, después de tanto tiempo, conocía bien los entresijos de la mansión. Desde el primer momento le gustó su desparpajo.
Lo que nunca imaginó fue que la pillaría con sus zapatos de cristal en los pies y su esposo entre los brazos.
Relato ganador en ARAGÓN RADIO Érase otra vez…
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