Mi hijo Vicente es vivaracho, voluntarioso y viticultor. Los viernes viene a visitarme en su vehículo particular y conversamos sobre los viejos vecinos, las vacaciones, el valor de la vivienda y sus viajes en avión. Le encantan las verduras, el Villarreal, los versos de Verlaine, mi vestido verde y cantar villancicos aunque no sea Navidad.
Sin embargo, desde que conoció a Beatriz, esa chica bajita, bulliciosa y biofísica, las cosas han cambiado. Luce una poblada barba, usa bombachos blancos con abundantes bolsillos y juega al bádminton y al billar. Ahora lo que le gusta es Baudelaire, los boquerones sin nada de vinagre, el Barcelona, los boleros y bailar. Hablamos los sábados. De bodas y banquetes, y también de bebés, y de sus viajes en barco y en abarrotadas líneas de autobús. Y lo mejor de todo es que me da besos y abrazos como para parar un tren.
1.er premio XI Concurso de Relatos de Viajes Moleskín
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