Mejor esperamos hasta mañana, dice mi madre cuando viene a despertarme. Anoche, tras una larga discusión, prometió que hoy me dejaría ir solo al colegio, pero una vez más no va a cumplir su palabra.
Deja mi ropa sobre la cama y corre a prepararme el desayuno. Media hora después estamos listos. Me coloca con sus dedos flacos un mechón de pelo rebelde y salimos juntos de la mano.
—Al menos quédate en la esquina, —le suplico—, que no te vean mis alumnos.
Ella accede con pena y yo no puedo evitar sentirme culpable al darle el beso de despedida.
Finalista en el X Concurso de microrrelatos de Godella (Valencia)
8 ideas sobre “HACERSE MAYOR”
Qué buena historia, y qué triste. Primero parece un preadolescente que no quiere que su madre le acompañe. Luego un profesor, con lo que se convertiría en un relato jocoso. Pero se vuelve tierno y triste cuando se enlaza al final, una vez, leído, con el título. Por desgracia, hacerse mayor puede conllevar graves deterioros físicos, cuando se refieren a la cabeza, como se dice popularmente, aún es peor.
Un abrazo, Margarita
Todos nos hacemos mayores, Ángel: padres, hijos, nietos, abuelos; para todos pasa el tiempo. Con diez años ya eres mayor, y con tres, con cincuenta y ocho, con veintisiete, con ochenta y dos… porque siempre nos compararemos con una época pasada, incluso los niños (y si no lo hacen ellos, lo haremos nosotros). Y esa es la magia de la vida, que evolucionamos.
Aunque sí, no puedo obviar el deterioro que supone cumplir años (nos volvemos crujientes, como dice el chiste), pero mientras haya salud… Mira, ya sueno «viejuna» 😅
Por ejemplo, han tenido que pasar años para poder darte un abrazo en persona, y ni tan feliz. Espero que haya más. De momento vaya uno por aquí.
El final es impactante y refleja quizás una realidad que está más extendida de lo que podamos creer. Hay muchas personas dominadas por la figura materna o paterna, como bien sabemos.
Me ha parecido un relato claro, conciso y muy bien redactado.
Te invito a pasarte por mi blog y comentar lo que desees.
Saludos
El miedo a volar. Y también a dejar volar porque a mí me da miedo. Es complicado esto de la dependencia.
Gracias por tus palabras, Marcos Manuel.
Me pasaré a visitarte por tu blog.
Un saludo
¡Amiguis, maravilloso! Mañana va para mi clase de español. Les va a encantar.
¡Ole, ole y ole! A mí sí que me encanta.
Saludos a todos.
Y gracias, mil gracias.
Un relato curioso en el que se junta el hambre con las ganas de comer.
O lo que es lo mismo, una madre sobreprotectora a la que le da miedo el síndrome de nido vacío, con un hijo con síndrome de Peter Pan. Ambos roles se refuerzan mutuamente, creando un círculo vicioso en el que la madre encuentra su propósito al mantener el control sobre su hijo, y el hijo justifica su inmadurez al permanecer bajo la protección materna. Puede parecer cómodo, pero seguro que limitará el crecimiento personal de ambos.
Muy bueno Margarita, y además me ha recordado un chiste de Eugenio que, si no lo conoces, ya te contaré cuando nos veamos.
Un beso.
Siempre serán nuestros «peques» para bien y para mal. ¿Cómo encontrar el equilibrio? Se me ocurre que quizá haciendo prácticas en el circo y así, de paso, nos apuntamos también al curso de domadores y al de payasos. Lo peor que puede pasar es que nos crezcan los enanos. Y de crecer estábamos hablando, ¿no?
Cuanto más vieja me hago más claro tengo que cada uno «sobrevive» como puede y como le dejan; y así nos va, porque esto es un «sinvivir». Y tanto ponerle prefijos a la vida, ya no nos queda tiempo para disfrutarla.
Me apunto a ese chiste. Y a que nos veamos pronto.
Un beso