Siempre he sido un juez implacable y distante. Y cruel. Extremadamente cruel. Incluso antes de desperezarme y poner un pie en el suelo
Hace tiempo que perdió la memoria, tanto que ya ni me acuerdo. Cada mañana se sienta en su butaca, al lado de la ventana, y mira sin ver.
El panel de expertos discute acaloradamente. Hablan muy bajo. Mi mujer dice que es por temor a que podamos enterarnos de lo que dicen.
El pronunciamiento del juez fue claro: debía abandonar mi casa. Se la había donado a mis hijos para evitarles trámites burocráticos
A mamá le dieron una conciliación. Nos explicó que eso servía para poder ir más tarde al trabajo, cuidar mejor del hermanito que vive en el interior de su barriga y estar más tiempo juntos. Mi mamá es abogada y defiende a los buenos.
No soy yo muy de hacer publicidad, incluso cuando es merecida. No sé si es egocentrismo, pereza, cobardía, falta de tiempo o insensatez. No voy a pararme a analizarlo, pero sí voy a romper esta manía tan mía. Y ahora mismo.
Son relojes antiguos, Señoría, entiéndalo. Que se atrasan en las horas punta, pues claro, por el esfuerzo de la escalada, pero luego recuperan los minutos perdidos al dar las horas valle. No los culpe.