Acudí a la comisaria nada más recibir su llamada con la perplejidad todavía colgada de mi rostro. Nos conocemos desde que me alcanza la memoria y no conseguía asimilar que le hubieran acusado de robar en unos grandes almacenes. El abrazo fue más corto de lo que me hubiera gustado, pero el tiempo jugaba en nuestra contra y debía darme prisa en definir una buena defensa para sacarlo de allí antes de que fuese demasiado tarde. Demostrar que la denuncia carecía de fundamento fue fácil: el único propósito de los almacenes era librarse de la competencia, con el agravante xenófobo, además, de elegir al negro como sospechoso. Baltasar quedó absuelto y sin más cargos que su enorme saco lleno de regalos a la espalda que, por fortuna, aún estaba a tiempo de repartir. Lo realmente difícil fue convencer al dueño de la carnicería de que nos devolviese el camello que había encontrado frente al ayuntamiento pastando tranquilamente unas flores de pascua.
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