La primera vez que entré en el INEM lo hice de la mano de mi padre. Siempre me había dado miedo ese edificio grande y gris que engullía lenta y silenciosamente las largas colas de gente que se formaban en su puerta.
Recuerdo que tuvimos que esperar un rato muy largo hasta que nos llegó el turno. Nos atendió un hombre calvo, menudo y parlanchín que hablaba de cosas que yo no entendía y rellenaba formularios con una letra muy pulcra mientras le hacía preguntas a mi padre; no sé cómo lo hizo, pero consiguió que sonriera otra vez y que pareciese más alto cuando salimos.
A mí me enseñó a pronunciar la palabra empatía, aunque en esa época todavía no me cabía en la boca. Para entender a las personas, decía, hay que ponerse en su lugar, solo así podrás ayudarlas, y después me alborotaba el pelo en un cariñoso gesto. Estudia, añadía, estudia y aprende y algún día podrás ponerte tú en mi lugar.
Casi cuarenta años después ocupo un escritorio similar al suyo. Mi primera usuaria es una mujer joven. Ha sacado su cita por internet. Y trae una niña de la mano.
3.er premio en el Concurso de microrrelatos «40 años de INEM – SEPE».
5 ideas sobre “UN LUGAR PARA TODOS”
“Ponerse en la piel de los demás”, qué bonito mensaje, Margarita. Un relato redondo y tierno. Me ha encantado.
Debería ser una asignatura obligatoria, así posiblemente tendríamos la piel más suave todos.
Un abrazo agradecido.
Enhorabuena.
Qué preciosa palabra » empatía » y más cuando la llevamos a la práctica .
Estupenda estampa narrativa, Margarita. Te escribo precisamente desde una oficina de empleo.
Hay que intentar sacar el lado más amable en la foto, porque ese lado también existe y a veces se nos olvida.
¿De tu comentario puedo interpretar entonces que, además de ser compañeros de letras, lo somos de ocupación? Ojalá.
Gracias por venir hasta aquí.