UN LUGAR PARA TODOS

La primera vez que entré en el INEM lo hice de la mano de mi padre. Siempre me había dado miedo ese edificio grande y gris que engullía lenta y silenciosamente las largas colas de gente que se formaban en su puerta.

Recuerdo que tuvimos que esperar un rato muy largo hasta que nos llegó el turno. Nos atendió un hombre calvo, menudo y parlanchín que hablaba de cosas que yo no entendía y rellenaba formularios con una letra muy pulcra mientras le hacía preguntas a mi padre; no sé cómo lo hizo, pero consiguió que sonriera otra vez y que pareciese más alto cuando salimos.

A mí me enseñó a pronunciar la palabra empatía, aunque en esa época todavía no me cabía en la boca. Para entender a las personas, decía, hay que ponerse en su lugar, solo así podrás ayudarlas, y después me alborotaba el pelo en un cariñoso gesto. Estudia, añadía, estudia y aprende y algún día podrás ponerte tú en mi lugar.

Casi cuarenta años después ocupo un escritorio similar al suyo. Mi primera usuaria es una mujer joven. Ha sacado su cita por internet. Y trae una niña de la mano.

3.er premio en el Concurso de microrrelatos «40 años de INEM – SEPE».

 

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