PROTAGONISTA

Hoy hace justo una semana que instauraron unas prácticas nuevas en la facultad y han tenido tanto éxito que ya no queda ni una sola plaza para este cuatrimestre. ¿Qué en qué consisten? Pues en visitar la mente de los demás. Pero no realizando test o terapias, no: visitas, visitas.

Antes de apuntarse es obligatorio firmar un contrato de confidencialidad y una declaración jurada en la que te comprometes a mirar, pero no a plagiar. Además, el hecho de participar en las prácticas supone la aceptación de que tu mente sea visitada por otros estudiantes.

Los voluntarios que ceden sus mentes se clasifican en distintas categorías atendiendo estrictamente a su profesión; nada de tener en cuenta variables tales como el tamaño del superyo, las relaciones de apego o a qué edad alcanzó el estadio de las operaciones concretas, por mencionar solo algunas. Así se evita que vayamos predispuestos o prejuiciosos.

Partimos de la premisa de que las mentes serán muy distintas según las tareas que realicen: no será lo mismo la mente de un paracaidista que la de un copiloto de coches fúnebres que la de un político en campaña electoral, por ejemplo, así que lo primero que hay que hacer es seleccionar una categoría. Hay una amplia variedad y, según consta en el programa, irán añadiendo otras nuevas a medida que aumente el número de voluntarios. La duración máxima de la visita es de una hora ya que más allá de los sesenta minutos la atención no atiende a razones por muy mentales que estas sean. También se ofrecen facilidades, como hacer visitas de media hora, para los que son de fuera, tienen créditos pendientes o necesitan conciliación. Si además las haces en categorías diferentes, te premian con diez minutos extra en una de ellas en plan refuerzo a la diversificación.

Para probar elijo a una mujer que limpia castillos en el aire. Tiene el pelo largo y el cuerpo tatuado con polvo de estrellas. Al ser mi primera vez, me enredo con su melena al entrar y me lanza una serie de imprecaciones que no me alcanzan por muy poco. Ahí dentro está todo muy oscuro y tengo que detenerme unos segundos para acostumbrarme a su tonalidad mental. Solo entonces me atrevo a caminar por su cerebro sin temor a ser aplastada por alguna conexión sináptica. Doy un par de vueltas y levanto circunvoluciones para que no se me pase nada por alto, pero su mente es bastante limitada y aburrida. A los diez minutos está todo visto. ¡Qué decepción!

Para quitarme el mal sabor de boca decido hacer la segunda visita del tirón, pero esta vez me desplazo hasta la categoría de escritores, que tienen mucha imaginación —mi sueño es especializarme en imaginación—; sin embargo, me arrepiento en cuanto veo las colas interminables. No obstante, como ya me había hecho a la idea, pido la vez para una cabeza con una inmensa calva, —no quiero enredos en esta ocasión—, y busco un sitio a la sombra para esperar mi turno. Antes de llegar a sentarme en el suelo, noto como si alguien intentara entrar en mi mente. Lo supongo porque me pica la nuca de forma insistente, aunque quizá lo único que me pica sea la curiosidad. Pero no. Calculo que pasan poco más de dos minutos durante los cuales no paro de rascarme y de preguntarme por qué alguien me habrá elegido a mí hasta que ese Alguien se apea de mi cabeza y me mira con una expresión de horror que me hace palidecer. «¡Menudo susto!», exclama. Y continúa hablando, cada vez más alto, mientras se aleja sin atreverse a darme la espalda: «Estás hueca, deberías ponerte un cartel de aviso a la entrada porque he metido la pata hasta el fondo y, como no hay por dónde agarrarte, casi me mato; menos mal que no eres muy profunda…». Por suerte está ya lo suficientemente lejos como para no seguir escuchándolo. Aun así, siento que estoy a punto de entrar en shock por lo que procedo rápidamente a hacer la técnica de relajación de Jacobson hasta que me tranquilizo un poco.

Es mi turno. Esta vez ingreso en la mente del escritor sin enredos ni contratiempos. Estampadas en la duramadre, unas pequeñas antorchas iluminan la gruta, el líquido cefalorraquídeo masajea mis pies y el cerebelo escupe fragmentos de música relajante que huelen a miel. Me empalaga la miel, y las rimas fáciles, así que camino deprisa para alejarme cuanto antes de allí. Se nota a la legua que este cerebro está muy visitado. Las numerosas huellas han formado un surco por el que transita todo el mundo. Como yo prefiero disfrutar de lo inexplorado, me lanzo circunvolución a través. No tardo en tropezar con una obsesión pringosa que aparto con bastante asco, y a continuación una manía firme y férrea como un terror infantil me golpea en la rodilla. Empiezo a sentirme incómoda, además de dolorida, y corro a buscar la salida antes de que sea demasiado tarde. Es entonces cuando la imaginación del escritor me atrapa entre sus garras y me arrastra hacia el fondo. Pataleo. Grito. Le araño. Que soy suya, dice, un personaje de su novela, un mero producto de su imaginación.

Y en ese momento lo entiendo todo.

Con las pocas fuerzas que me quedan, tapono sus fosas nasales. Obligado a abrir la boca, aprovecho para escapar. Y corro, no dejo de correr hasta que se acaba esta página.

(Página nueva)

A partir de aquí seré yo y solo yo la que escriba mi propia historia.

3.er premio en el II Certamen de Relato Breve «Dale un giro a tu vida». Colegio Oficial de Psicólogos. Madrid.

 

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