FELIZ CUMPLEAÑOS

Esta vez se ha presentado con día y medio de antelación. Que no podía esperar más, me dice mi cumpleaños con la sonrisa tapándole toda la cara, además, no tenemos tiempo que perder, añade. Y aprovechando mi desconcierto, pasa hasta la cocina y empieza a sacar de los bolsillos montañas y montañas de chocolate. Mira lo que te he traído; este año lo vamos a celebrar por todo lo alto.

No puedo creer lo que veo: la cocina ya no es una cocina, es una cordillera. Venga, no te quedes ahí como un pasmarote y ve a buscar los piolets. Cuando me dirijo a buscarlos suena el timbre. ¿Pero quién llama al timbre a las tres de la mañana?, me pregunto para mis adentros más profundos. Abro la puerta y ahí están mis vecinos. Juraría que no falta ninguno. Con lo que les cuesta ponerse de acuerdo en las juntas para arreglar el ascensor o cambiar los buzones, ahora me lanzan al unísono, como si lo tuvieran ensayado cual orquesta sinfónica, todo tipo de catilinarias (tenía ganas de usar esta palabra, «catilinaria»): pero tú qué te has creído, que esto no es el campo, me has roto el suelo del baño, bonita, acabas de cargarte el ordenamiento urbanístico del barrio, te voy a poner una demanda que te vas a cagar. Y así uno tras otra.

Después de dejarme el suelo pringoso y resbaladizo con sus reproches, se van por donde han venido a seguir soñando con un mundo mejor, supongo. Todos excepto el del 5º C, que acaba de ver a mi cumpleaños salir de lo que hasta hace unos momentos era mi cocina y se queda embelesado. El vecino del 5º C trabaja como ladrón, pero como es incapaz de llevarse las cosas sin pedir permiso antes, no le llega para comer y tiene que hacer chapuzas a domicilio en sus ratos libres. ¡Oh, qué cumpleaños más bonito tienes!, ¿te lo puedo robar, por favor? No, no puedes robarme mi cumpleaños, ¿qué haría yo entonces el año que viene? Venga, llévate otra cosa, anda. Alicaído, el vecino del 5º C coge la muñeca flamenca que tengo sobre el televisor y se marcha.

Al fin solos, mi cumpleaños y yo. Sustituyo el pijama por un atuendo más deportivo, cojo los piolets y comenzamos juntos el ascenso de la cordillera de chocolate. Apúrate, me dice, que tenemos que llegar a tiempo de que soples las velas.

Objetivo conseguido: el 20 de mayo, a las 00:00 h en punto, coronamos la dulce cima. Cierro los ojos y pido un deseo. Luego los vuelvo a abrir, no quiero perderme las vistas de mi vida desde aquí arriba.

 

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