Harta. Estaba harta de que me estrujasen como a una uva pasa, de sus exigencias sin descanso, de correr a todas horas. Estaba a un tris de llegar a ese punto en que uno empieza a quebrarse, ¿sabes cómo te digo? Primero es una esquirla apenas perceptible en el hombro. Luego llega la enésima decepción y la esquirla se abre, florece, y una fina y delicada grieta se va expandiendo por el omóplato, atraviesa la columna vertebral, llega hasta el brazo y entonces, al mínimo contratiempo, la grieta que era solo un corte profundo y doloroso pero apenas visible se desborda, crece, se estira, te envuelve y te atrapa como la seda de un gusano y, ¡zas!, sin darte cuenta te has convertido en un capullo. Un capullo sin mariposa.
Nadie a mi alrededor parecía darse cuenta. O eso creía yo. Pero no, había un hombre que sí. Me topé con él una tarde en el supermercado. Yo iba con prisa, acababan de avisar por megafonía de que iban a cerrar y tenía que coger todavía el caldo de pollo y las naranjas de zumo. Corrí por el pasillo hacia la caja y él aceleró el paso justo en el último momento para ponerse delante de mí en la cola. Tenía un aspecto vulgar, de esos en los que nunca te fijarías de no haber sido por sus ojos. Los tenía tan separados que podría confundirse con algún tipo de ave de corral. Pagó en efectivo y me dedicó una mueca que bien podía ser una sonrisa antes de desaparecer en la canícula de la noche.
Desde ese día me lo encontraba en cualquier sitio: al otro lado de la ventana, apoyado en la única farola de mi calle. La farola llevaba más de seis meses estropeada y lucía intermitente como un faro en tierra de nadie; era como un recordatorio constante del ying y el yang. El hombre se quedaba allí el tiempo que tardaba en fumarse un cigarrillo, parecía un actor de la película «ahora me ves, ahora no me ves», y aprovechaba el momento de oscuridad para desvanecerse. Como todos, lo más fácil.
Lo veía también en la parada del autobús. Me cedía el paso cuando llegaba la última provocando así la ira de los demás, que protestaban y me lanzaban reproches e insultos, si pasaba porque «menuda cara», y si me negaba a pasar porque «a ver si sube de una vez y así este tío se quita de en medio». La cosa era protestar.
Se camuflaba sin disimulo detrás de un periódico en el bar donde tomo café cuando hago una pausa rápida en el trabajo. El periódico siempre era el mismo, uno que traía en primera página la foto de una granja de pavos y como titular, la gripe aviar. Nunca le vi pasar de hoja.
En la puerta del colegio de mis hijos se quedaba esperando con las manos en los bolsillos hasta que salían todos los niños y luego se iba silbando, como si se alegrara de no tener que llevarse ninguno a casa.
Un día, en el centro comercial, se acercó tanto que golpeó ligeramente en el brazo a mi marido. Le pidió disculpas rápidamente, pero mi marido no da nada a nadie, y menos aún si no lo conoce. A punto estuvo de partirle la cara, menos mal que mi hijo pequeño se puso a llorar porque quería un helado de caramelo con cobertura de fresas y distrajo su atención un instante, lo justo para que el hombre se diluyese entre la multitud que, como nosotros, se refugiaba del calor sofocante de la calle en esos pasillos llenos de escaparates y aire acondicionado.
Ese curso mi hija suspendió cuatro. «La adolescencia y la educación física son incompatibles», le replicaba ella a su padre cuando le echaba la bronca; «estoy creciendo, no me pidas que sea flexible», «hacer el pino es una ordinariez», gritaba ella cada vez más alto. Lo último que le oí decir fue algo sobre el pelo, el sudor y el maquillaje. Del inglés, la lengua y las matemáticas no dijo nada y él tampoco preguntó. Tras la bronca, mi marido decidió castigarla sin vacaciones. Se irían ellos, mi hijo y él y mis suegros, a esquiar a la Pampa argentina para cambiar de aires y de huso horario. Abrí la boca para decirle que en la Pampa no hay nieve. También que yo había aprobado todas mis tareas con nota y que se quedase él a cargo de la niña, que para eso la había castigado. Pero tal como la abrí, la cerré sin decir nada.
Les preparé las maletas y comida para el viaje, les reservé los billetes y los llevé al aeropuerto.
Me quedé mirando mientras despegaba el avión y noté cómo la esquirla florecía de nuevo y la grieta se extendía por todo mi cuerpo.
Volví al coche. El sol caía a plomo, el volante abrasaba, apenas podía respirar en ese habitáculo de metal con ruedas que me dejó tirada en mitad de la autovía. La grúa tardó una hora en llegar. Cuando entré en casa me eché a llorar sin consuelo. «Tiro la toalla», dije sin mover los labios, y me tumbé sobre la cama. La habitación se iluminó durante siete segundos, luego se apagó. Acababan de encender la farola. Con el tercer destello, sonó el timbre. Era el hombre de los ojos separados. Llevaba algo en la mano que no pude distinguir hasta que le dio la luz: ¡mi toalla! Corrimos hasta llegar a la playa. La extendió con mimo sobre la arena y nos dimos un baño de estrellas. Luego cabalgamos sobre un caballito de mar hasta alcanzar la línea del horizonte.
Cuando aterrizaron mi marido y mi hijo con mis suegros, tuvieron que coger un taxi para volver a casa. Me pillaron en el baño echándome after sun.
Dejé de ser una gallina ese verano. Y mi hija aprobó todo, sí, la educación física también.
Finalista en el concurso #elveranodemivida organizado por Zenda e Iberdrola
16 ideas sobre “AVES DE CORRAL”
Margarita, I don’t know if it’s in the translation but this story is surreal. It had me smiling and crying at the same time. It is really interesting. Enjoy your weekend 💐💐🙋♂️
Hi, Ashley. Translating a long story with a double meaning is complicated, many nuances are lost, but thank you for always reading my stories.
Happy summer! 🌞
Esta vez se te fue la mano con el micro. 😅
Felicidades por estar entre los 10 finalistas, y, lo siento por la incomprensión lectora del jurado. He leído los premiados y no desmereces en absoluto. 👏🏻👏🏻👏🏻
Hay como siempre tantísimo que leer entre líneas en este precioso relato. Dices tantísimo con tan poco:
La forma tan curiosa, bonita y metafórica de hablar del nuevo «pollo».
El enfrentamiento con el «gallo» en el super.
El «cacareo» de la niña para justificar las notas (me han hecho mucha gracia sus excusas).
La intermitencia de la farola para simular las dudas ante la infidelidad.
La toalla como testigo del cambio de rumbo…
Genialosa, ingeniosa y maravillosa, como siempre.
Felicidades.
Y la pobre niña se parece a mí, lo que más trabajo me costaba aprobar era la Educación Física. Lo de correr por el patio del colegio ya lo hacía yo sin nota, cuando querían robarme el bocadillo. 😂🤣
Ya sabes que para mí eres toda una campeona y reina de los microrrelatos. 😊👍🏻
Un abrazo.
Eres muuuy grande, Jose Antonio, y no solo por el montonazo de cosas bonitas que me dices, que también. Tus disecciones de los relatos me sorprenden, la de cosas que ves, a veces hasta más que yo. Tiene mucho mérito tomarse el trabajo de leer con tanta atención y yo te lo agradezco hasta la luna ida y vuelta.
Se me fue la mano con el micro, es verdad. Estoy ensayando para escribir relatos, aunque no acabo de convencerme a mí misma con estas dimensiones. Gano más en las distancias cortas (que dicho así no suena como debe, pero ya que lo he escrito y tú que eres buen entendedor…).
No te voy a contar que a mí tampoco se me daba nada bien la Educación Física (ahora menos todavía si es que eso es posible), aunque tuve la fortuna de no tener que correr delante de ninguna tragaldabas.
Y ahora me marcho. A ponerme la corona que me has regalado, ¡me requetencanta! ☺
Sabes que me encanta el micro y que suele ser mi zona de confort, cuando me lanzo a escribir. Lo de la novela lo dejé apartado ya hace un tiempo porque no me veo capaz ni paciente para desarrollarla. Sin embargo el tema del relato es distinto. Creo que cada historia tiene su propia extensión.
Si te sirve como ayuda, yo me dejo llevar por lo que cuento y quienes lo cuentan. ellos suelen presentar el final a su debido momento.
A veces, por petición, necesidades de la propuesta o simple obcecación, se necesita alagar la historia, pero la mayoría de la veces solo consiste en aumentar los matices de la narrativa y dar más detalles de los necesarios para la comprensión del relato. Creo que en estos casos, menos es más y hace mejor el cuento.
De todas formas, déjate llevar en cada momento. Si no hay restricciones en la convocatoria alárgate lo que necesites. Dicen los grandes maestros del cuento, como Bradbury, Dahl, Poe, Wilde, que sus novelas son relatos que se les fueron de las manos. 😉
Un abrazo
Yo me dejo llevar, pero no siempre hay camino 😉
Un abrazo
Muchas felicidades Margarita. El relato es fantástico. Me alegro mucho!! Suerte para la final!!
Besicos muchos.
No pude llevarme el primer premio, pero no se me han quitado las ganas de volverlo a intentar.
Gracias por leer, por comentar, por tus ánimos, por tus besicos que me encantan. ¡Eres un amor!
Una maravilla de relato. A mí me ha encantado. 🙂
Ainsss 🧡 (no sé qué haría sin los emoticones, tendría que volver a expresar con palabras la alegría que me da saber que te ha gustado) 😊
Cuantas cosas dichas en tan corto relato.
El gallo del corral pavoneándose y mandando .
Menos mal que la gallina dejó de ser gallina para convertirse en el Ave Fénix . El resurgir de las cenizas .
Felicidades, quien no lo haya entendido , es que mueve más músculo que cerebro . Por eso de la educación física …😜
Un beso .
Ja, ja, ja. Mucho músculo hay por ahí, tienes razón (a mí no me importaría nada, la verdad, un poco de envidia sí tengo), pero bueno, puestos a elegir, sí, prefiero ejercitar las neuronas y desplumar a la gallina que llevo dentro, que tampoco es fácil porque se resiste la muy…
Un beso y buen verano 🌞🧡
¿Pero que te has fumao esta vez? Jajajaja. Es broma y me alegro de que nuestra protagonista decidiera al fin recoger la toalla y dar un giro a su vida dedicándose a ella misma. Ser ama de casa es duro y muy complicado. Incluso, aunque se trate de una elección personal para dedicarse a las tares del hogar en exclusiva, de común acuerdo con la pareja. Un trabajo que nunca está suficientemente valorado. Para que funcione, no hay otra que conseguir disponer de tiempo para poder desconectar de vez en cuando y poder hacer aquello que más pueda gustar, como por ejemplo montar a lomos de un caballito de mar o darse un baño de estrellas. ¡Qué bonito! En fin, como siempre, un original e imaginativo relato, que nos refresca en estos días de calores veraniegos. ¡Enhorabuena!
Muchos besos
Un puro. Me he fumado un puro y me he quedado tan a gusto. Ya me conoces, me encanta fumar a pesar de que está mal visto, huele fatal y es malo para la salud. Al final tiré la toalla con la nicotina y ahora me toca volver a empezar con la abstinencia, la mala leche y esas cosas. A ver si cuando me quite la bruma del humo un día de estos, empiezo a ver las cosas con nitidez y regresa también la musa, la sensata, la que pone freno a mis desvaríos, que es alérgica a los malos humos y se ha ido a no sé dónde. «Bien lejos», dijo, y no dio más detalles. Creo que a ella también le afecta este calor. Cualquier día me monto yo también en un caballito de mar y no paro hasta alcanzar el horizonte.
Cuidaos de las toallas que tira la gente y de las altas temperaturas y de las olas que no cesan (y no precisamente las del mar).
Un beso
Ciertamente tienes tanta fantasía en las arterías que de tanto subir y bajar…tu familia -esposo e hijos- deben estar tan feliz contigo; que te harán un monumento! Un cálido saludo. Ahhh…la Pampa Argentina no es buen lugar para vacacionar -salvo que los hayas castigado-; mejor la Patagonia o el Norte que también es maravilloso. Un cálido saludo.
Mi familia es la que merece el monumento por aguantar mis fantasías, pero bueno, nos alternamos: unas veces se suben ellos a la peana y otras, yo.
Tengo muchas ganas de visitar Argentina. Tomo nota de tus recomendaciones.
Y muchas gracias por comentar.
Un saludo