Odio la Navidad. Y a mi madre. Sí, a mi madre también. Y es que se empeña en que sea feliz todo el rato, incluso cuando estoy resfriada. Me repite machacona que tengo que ser buena, o al menos parecerlo. Llegar a algo en la vida,
Me disponía a regar mi árbol del paraíso con agua recién exprimida de una nube cuando los pájaros dieron la voz de alarma. Lo dejé todo y salí volando.
Un año más ha llegado la Navidad a casa y eso que esta vez tampoco lo ha tenido fácil.
Fue recién empezada la primavera. En el patio de atrás. Recuerdo que no había parado de llover las últimas semanas. Cuando salí a podar la exuberante hierba,
Estaba a un paso de conseguir la fama cuando, en el penúltimo capítulo, el protagonista de mi novela prefirió preservar su intimidad y se largó a un molino de la España vaciada en busca de la tranquilidad que yo no le daba con mis disparatadas ideas, dijo.
Tengo una muñeca vestida de azul con su camisita y su canesú Y desde hoy tengo también a Margarita, una muñeca personalizada que me ha regalado mi señor esposo para alegrarme el día y todos los que están por venir. «Es una inversión», dice al verme tan contenta.
«El futuro ha muerto». Es la noticia del día. Nuestro compromiso de cambio para promover su conservación no ha sido suficiente, olvidamos pasar a la acción, explican los eruditos. ¡Qué fastidio!