Platos con restos resecos de comida, la ropa desperdigada por el suelo y la cama revuelta. Es lo que me encuentro en el primer párrafo del libro que acabo de sacar de la biblioteca.
Él duerme hace rato, le gusta madrugar. Mientras ella se desviste a su lado en silencio, contempla con nostalgia la foto del lago sobre la cómoda.
Cuando termino de comer las uvas al ritmo de las doce campanadas, la multitud concentrada en la Puerta del Sol estalla de júbilo: abrazos, brindis, matasuegras, gorritos, confeti,
Pues ya está aquí la Navidad. Otra vez. Motivo más que suficiente para estar contenta. Y no solo por las luces, los mazapanes y el turrón, las reuniones en familia, incluido el cuñado, (pobre cuñado), el belén, los pastorcillos, la estrella de oriente, los Reyes Magos, —venga, admito Papá […]
Voy a tener que quitar del catálogo lo de leer la mente de las personas, la lista de espera es tan larga que no me ha quedado más remedio que traerme el trabajo a casa.
—Cuánto falta, mamá —es la enésima vez que lo pregunta. El sudor le empapa las pestañas; también alguna lágrima atrevida que se apresura a borrar con las manos. Le ajusto el dorsal. Resopla.
¡Lo conseguí! Conseguí una reserva en el Bates Motel Radio y lo que me encontré al llegar fue digno de mención: unos anfitriones terroríficamente amables y un par de huéspedes