Dos días antes de que comenzasen las fiestas patronales del pueblo, justo en ese momento en el que la noche se extiende sigilosamente entre las esquinas, cayó un meteorito en mitad de la plaza.
La Navidad ya está aquí. Y nosotros con ella, aunque a veces no sepamos ubicar muy bien el “aquí” o deseemos estar mejor allá.
Cae la noche. Con el frío que hace ni siquiera las estrellas se atreven a salir. En la habitación de un cuarto piso sin ascensor
Al pequeño Daniel no le gusta la Navidad. Si acaso las luces del árbol cuando parpadean, el turrón de chocolate y no tener que madrugar para ir al colegio.
Hacía tres veranos que padre había muerto cuando una noche se presentó a cenar. Lo miramos sorprendidos: mientras estuvo vivo, nunca llegaba a casa tan temprano.
Alquilé un apartamento en un edificio que parecía una esquela mortuoria. Pensaba —equivocadamente, me daría cuenta después— que allí encontraría la concentración necesaria para escribir.
Me dejó plantado en la primera cita. No me quejo, me cuida bien. Está pendiente del riego, me abona con regularidad y me poda las ramas que me brotan en el estómago estropeando mi silueta.