Acudí a la comisaria nada más recibir su llamada con la perplejidad todavía colgada de mi rostro. Nos conocemos desde que me alcanza la memoria
Cuando dormía como un angelito en la cuna nada hacía presagiar que su gran pasión sería el atletismo. Era una niña tranquila y yo, su ángel de la guarda, disfrutaba perezosamente a su lado. Pero fue aprender a andar y ya no parar de correr. Agotado, en su quinto cumpleaños […]
Lo dejo. Abandono. Estoy exhausta. No aguanto ni un minuto más el roce de mis viejas zapatillas desgastadas ni el olor acre del sudor que se extiende silencioso y furtivo como un submarino en tiempos de guerra por todo mi cuerpo.
La E escribe efemérides en una escayola. La O le quita el cinturón al ocho y se queda tan oronda. La P es presumida, pretenciosa y prepotente. ¡Pobre porvenir le espera!
El sol se atusa los rayos todavía somnolientos que se reflejan en los adoquines desgastados de la Cuesta de Santo Domingo. Faltan tan solo unos minutos para que comience el encierro.
—Por favor, por favoorrr —grita alargando la última sílaba y los brazos para intentar retenerme. Y su voz suena con el dramatismo de una novela de Dostoyevski.
No sé si voy o vengo desde que me presenté como voluntario para el estudio de la demencia.