Solo dibujando aquellos bisontes en la pared conseguía calmar mi ansiedad, aunque mis padres no lo entendían y ponían el grito en el cielo cada vez que tenían que pintar de nuevo la habitación. Me llevaron a un montón de especialistas que me recetaban pastillas y me daban electroshocks. Pero no fue hasta que les recomendaron un gato para aumentar mi sociabilidad que empecé a mejorar. Y es que desde el principio nos compenetramos muy bien. Cuando se acabó la sangre de mis padres, me ayudó a conseguir más. Tampoco él puede vivir ya sin mis dibujos en la pared.
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9 ideas sobre “TERAPIA ANIMAL”
Duro. Fenomenal.
A veces la mente se nos va de las manos. O al revés.
Gracias, Tom.
De nada, Margarita.
Me cachis Margarita, menudo final!! Felicidades.
Besicos muchos (pero virtuales).
Los finales no siempre son felices, por desgracia.
Esperemos que este que nos ocupa ahora sí lo sea. Que no sea por no poner de nuestra parte.
Besos, Nani, y mil gracias.
Un relato inquietante. Comienza ubicándote en un mundo familiar, pero finaliza con un elemento rompedor que produce un contraste que te sobresalta. Su lectura te deja un sentimiento de angustia ¿influenciado por la angustia global que nos embarga? Al menos siempre nos quedará el karaoke desde el balcón para subir la moral ¿Te suena?.
Se me ha ido la mano, lo reconozco, y encima el gato me ha salido insensato.
Con esta plaga de virus invisibles que ha paralizado el mundo enterado pululando sobre nuestras cabezas, lo normal sería subirse por las paredes, pero yo he preferido pintarlas de rojo bermellón. Ya me conoces, me gusta dar la nota, sobre todo con un micro en la mano y amigos alrededor. Y si tiene que ser desde el balcón, sea.
Saldremos de esta. Fortalecidos.
Un relato con un final escalofriante.
Ha salido una historia más animal que terapéutica. Es lo que tiene dejar libre la imaginación.