Cuando nos mudamos de casa, lo primero que hizo mi mujer fue intentar reanimar el esqueleto de un árbol que había en el jardín.
Con los primeros riegos sus ramas empezaron a desentumecerse y le salieron un puñado de hojas pecioladas, tres huevos de codorniz y un gorrión esmirriado al que le faltaban casi todas las plumas. Lejos de desanimarse, añadió abono al agua de riego. Y surtió efecto: en verano el árbol dio dos hermosos agapornis azulados y una familia de jilgueros que no paraba de cantar. Se notaba que cada vez estaba más fuerte porque poco a poco se fue llenando de canarios, pájaros carpinteros, golondrinas. Hasta le creció un hermoso pavo real que era la envidia de todos los vecinos.
Nueve meses después, el árbol está que da gusto verlo: alto, robusto, verde intenso, frondoso. Lo malo es que desde que le brotó una cigüeña en una pequeña rama lateral el jardín se está llenando de bebés.
6 ideas sobre “EL ÁRBOL DE LA VIDA”
Una historia extraordinaria, escrita de forma genial.
Leyendo tus letras de este relato se siente el trinar y piar de todas las aves que van poblando este árbol.
Una maravilla.
Besos y cuídate mucho.
Ya toca oír cantar a las aves y no solo a nosotros el «resistiré» (que también), pero apetecen melodías nuevas, ¿no te parece?
Gracias por saltarte el confinamiento y venir hasta aquí.
Besos, Javier
Veo que nos retrotraes nuevamente al Génesis. Si en tu anterior relato nos ofrecías tu original versión sobre el resultado de haber cedido a la sibilina serpiente comiendo del árbol del bien y del mal, en esta ocasión nos has acercado a otra versión, no menos original desde luego, y además divertida, del otro árbol protagonista del paraíso, el árbol de la vida. Como siempre un relato genial, del que reconozco que en esta ocasión me he visto forzado a consultar el diccionario para ver qué demonios era un agaporni y he podido comprobar que es un primo de Lorenzo. Hay que ver, nunca te acuestas sin aprender algo nuevo.
Jo, ahora que lo dices, es verdad que estoy un poco bíblica. El inconsciente es lo que tiene, que no me doy cuenta; claro que si me la diese, ya no sería inconsciente (al modo freudiano, se entiende; al de mi madre siempre lo he sido, una inconsciente, y siempre lo seré).
A la hora de escribir estas cosas igual tiene algo que ver esta especie de apocalipsis encubierto que no acaba de terminar. No sé. Tendremos que llamar a algún psicólogo o psicóloga.
En cuanto a los agapornis, tuve uno hace mucho tiempo, azulado, bonitísimo y muy cariñoso. A pesar de que lo recomendable es que vivan en pareja (deberías verlos, enamoran los arrumacos que se hacen mutuamente), a mí solo me llegaba el dinero para uno y el pobre tuvo que conformarse con mis tiernas palabras y las caricias de mi mano grande.
Como le pasa a Lorenzo. Está que se sale, por cierto. Cualquier día le enseño a jugar al mus.
Un placer charlar un ratito contigo.
A desconfinarse con cuidado, eh. Y a seguir aprendiendo. Siempre.
Un beso
Mi esposa y yo acabamos de llegar de un viaje a una provincia vecina. ¡y el automóvil se llenó al máximo con plantas, macetas y otras cosas de jardín!
¡Qué peligro! Los coches, a nada que te descuidas, se llenan de cosas de lo más variopintas, hay que tener un «cuidao»…
Buen viaje, y ya sabes, no te olvides de regar las macetas 😉