FINAL DE VIAJE

Una vez más he confirmado que a la gente le encanta hablar, aunque no tenga ni idea de lo que dice, porque el viaje no ha sido ni rápido ni placentero ni nada parecido. En el famoso túnel estuve varias horas atrapado en un atasco, y es que, como pude comprobar después, justo a la salida del mismo hay una bifurcación bastante mal señalizada y la gente se lía. Al principio me sorprendió que un día de diario y en pleno mes de febrero hubiese tanto follón, aunque luego me dio por pensar y, tal y como está el mundo, caí en la cuenta de que es impensable que aquí haya temporada baja alguna vez.

En otras circunstancias habría buscado una ruta alternativa en el Google Maps, pero a esta zona no llega la recepción de satélites, y mucho menos la cobertura y la conexión a internet. A los demás no parecía importarles la espera: ni una voz, ni una queja, ningún «espabilao» tratando de colarse,… El silencio, la quietud y la calma impresionaban, oye. Tan solo uno se dio la vuelta para regresar por donde había venido. Durante unos instantes estuve tentado de hacer yo lo mismo, pero luego pensé que, ya que había llegado hasta allí, bien podía aguantar un poco más.

Para matar el aburrimiento me puse a contar de siete en siete y, cuando estaba a punto de llegar a 2513, reparé en que el maldito túnel no tenía salidas de emergencia. Tampoco extintores, ni más luz que la que se intuía al final. Entonces, a saber por qué, me dio por imaginar que si en ese momento se producía un accidente o un incendio o cualquier otra emergencia no podríamos salir de allí. Y empecé a notar un sudor frío por todo el cuerpo y una rigidez en los pulmones muy preocupante. Enseguida puse en marcha las técnicas de detención del pensamiento y relajación que me había enseñado mi psicóloga, sin éxito hasta ese momento, y conseguí tranquilizarme. Aún estaba desconcertado por lo que acababa de conseguir cuando, sin previo aviso, empezó la proyección de una película. Supongo que para entretener la espera y evitar que perdiéramos los nervios, como me acababa de pasar a mí. Era una película algo extraña, hecha con hologramas que aparecían de la nada delante de mi cara. El argumento, trágico y soporífero, me sonaba mucho, como si ya la hubiera visto, así que pronto perdí el interés y no tardé en quedarme dormido. Me desperté al sentir que nos poníamos de nuevo en marcha.

Muy lentamente conseguí llegar a la bifurcación del final del túnel, la responsable del monumental atasco. Allí comprobé aliviado y también algo sorprendido que casi todo el mundo decidía girar hacia la derecha. Yo giré a la izquierda, donde me esperaba un camino estrecho, tétrico, tortuoso e increíblemente inclinado hacia abajo por el que solo tuve que dejarme caer. Y aquí estoy, en el puto infierno, pero dispuesto, ahora sí, a disfrutarlo de por vida.

#historiasdeviajes de Zenda

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